jueves, 13 de noviembre de 2008

Unos pajaritos mancos

Hay imágenes de la realidad que me han causado fuertes sentimientos de repulsión en el estómago, porque son inimaginables, pero suceden.

Unos ejemplos de entre miles de imágenes para explicarme:

Dos policías linchados chamuscándose y un niño, entre la multitud, que los mira sin inmutarse; un buitre junto a un niño de dos años: el niño sentado en un descampado, solo, famélico y enfermo, con moscas en la cara y el buitre esperando paciente a que se muera; unos soldados armados hasta los dientes viendo cómo corre una niña desnuda con la piel ardiendo en NAPALM; un secuestrador-hiena, declarándose cínicamente culpable por haberle cortado un dedo a su víctima, un niño de seis años, “pa’ que vieran sus padres que la cosa iba en serio”.

Estas son cosas inimaginables que suceden.

Ante estas asquerosas muestras de la realidad cotidiana, pienso en las imágenes que la humanidad se ha inventado, para consolarnos desde niños, ante lo execrable que como hombres somos capaces de generar: los pajaritos volando con sus trinos en libertad para significar con ello a las almas subiendo al cielo invitadas por Dios o los pajaritos comiendo inocentes de la mano de la Cenicienta o los pajaritos mensajeros que acompañan a las doñas frondosas y rosadas en los cuadros de Rubens o los pajaritos que cantan con el Rey David por las mañanitas en los cumpleaños.

Estas son cosas imaginables que no suceden.

No saben, gracias a estos estereotipos de fuga, la cantidad de pajaritos cuasi ángeles que me he imaginado en la vida para poder pirarme de las escalofriantes imágenes que suceden abundantemente en esta realidad, como la de los niños que les platiqué arriba.

Pero no hay manera de zafarse. La realidad siempre supera lo imaginable y la realidad sucede aunque no la imaginemos.

A pesar de que soy una persona que me imagino lo inimaginable, lo que raya en lo imposible y además en lo improbable - porque no dejo de ser patafísico, que es como me enfrento consuetudinariamente a la realidad -, nunca se me hubiera ocurrido imaginar un pájaro manco, esto es, un pájaro con una sola ala.

Imaginarme a Dios en el cielo en su cumpleaños, junto a su pastel, rodeado de almas puras como pajaritos, aplaudiendo enternecido por un cuadro en donde el Rey David estuviera rodeado de doñas frondosas y pajaritos y que Rubens habría pintado a escondidas de Dios, de mañanita cuando los pajaritos cantan, para regalárselo a Dios, junto a su pastel de cumpleaños, en la fiesta sorpresa que la Cenicienta le organizara con ayuda de sus amigos los pajaritos: si, si me lo podría imaginar; pero imaginarme a un pájaro manco, con una sola ala, volando en círculos desesperado: no, pues, no, nunca me lo hubiera imaginado. Cojo si, pero manco no, la mera verdad, no.

Yo nunca hubiera imaginado eso: un pájaro manco; pero ahora, ante la obligación de ser congruente, como el buen patafísico que soy, ya me lo imaginé.

Lo malo es que nunca pensé en que imaginar a un pájaro manco echara por tierra mi mundo de cosas imaginables que no suceden.

Así sucedió: El otro día caminado por la Castellana, rumbo al trabajo, en el suelo, casi irreconocible, y sólo reconocible por las plumas que le quedaban, ví el ala de un gorrión pisoteada hasta la saciedad e ignorada por todos los transeúntes.

Qué pena me dio imaginar a un pájaro sin ala. Un pájaro manco que ya no puede ser incluido en las cosas que imaginamos y no suceden, pero que nos consuelan.

Esta ala de gorrión pisoteada, pasará a ser de las imágenes que me causen sentimientos revueltos en el estómago, de las que escapan a mi sentido común, de las que conmueven mi fe, de las que tienen que ver con las imágenes que me restriegan en la nariz esta realidad que sucede. Porque me imaginé, muy a mi pesar patafísico, al gorrión manco, de ala pisoteada hasta la saciedad, compartiendo lugar y tiempo con esos niños de los que les platique arriba, en esta realidad que les sucede, viviendo más cerca del infierno que les generamos que del paraíso que nos inventamos.

1 comentario:

Miranda Hooker dijo...

me hiciste pensar en que nutrimos el inconsciente colectivo con las imágenes que creamos y recreamos para explicarnos o reordenar o mejorar o sobrellevar la realidad.

Lo tremendo del pájaro manco no es en sí su carencia física (que visual y empáticamente duele) sino que estemos tan enajenados que ya ni siquiera nos parezca improbable.