lunes, 3 de noviembre de 2008

Errores y perdones

- Dios se equivoca y tú eres el perfecto ejemplo de sus errores - me dijo mi hija un día.

Dios se equivoca y yo su equivocación, su error, su metida de pata, su cajeteada, su batea de babas.

Dios se equivoca, hija, y yo agradezco a Dios tal honor porque desde mi condición, mundanamente humana, soy de los pocos que pueden perdonar a Dios, justificadamente y sin resentimiento, por su error.

Y te lo digo, sinceramente, yo perdono a Dios, a pesar de ser el perfecto ejemplo de sus errores.

Y lo perdono, esté donde esté o no esté, porque no hay nada como perdonar a Dios, de corazón. Perdonarlo es como liberarlo de sufrir su infierno perfecto e invitarlo a disfrutar de un paraíso falible, poco divino, más humano.

Aún así, perdonar a Dios es fácil, hija. Otorgarle perdón al Diablo, requiere mucho más corazón.

Y ese para mí, hija, esté donde esté o no esté, también está perdonado.

Lo malo es que Dios no se quiere convencer de las bondades del perdón y sigue condenándolo a su infierno perfecto.

Ya vez, hija, otro error más, por el que hay que perdonar a Dios.

1 comentario:

Miranda Hooker dijo...

Finalmente, tanto Dios como el Diablo son grandilocuentes en sus obras y por lo tanto es más sencillo atribuirles errores. Pero en el mundo terrenal, hay obras de lesa humanidas mucho más difíciles de detectar, o de asumir. Una de ellas es la administración deliberada de veneno en el alma de un hijo o hija, aun en contra de cualquier ley natural, pues los hijos hemos de honrar a los padres (aunque no estemos de acuerdo con ellos) y los padres han de proteger a los hijos (aunque no siempre es posible proveer un ciudado emocional certero).

Asumiendo la parte que te corresponde y dejando sobre la mesa, la que no, creo que tanto Dios como el Diablo comparten la misma didáctica: hacer repetir la lección hasta que se aprenda. Y por eso, cada bebé que viene al mundo resulta tan confrontante. Pero sobre todo resulta esperanzador.

Tu capacidad de amar es inmensamente más fuerte, más contundente y definitiva que la suma de todos tus errores (atribuibles o no atribuibles). Yo doy testimonio de ello.