jueves, 25 de septiembre de 2008

De huevos

Me levanto temprano con la típica perrez de las mañanas.
Me restriego las legañas para separarlas de su nido.
Me rasco los huevos, me desperezo.
Me asomo a la ventana, bostezo y miro:
Las golondrinas de ayer, se han ido.

Como todas las mañanas, me palpo la boca, me la reconozco y me digo:

- “Cuida lo que salga de tu boca”.

Como todas las mañanas.

Como todas las mañanas, camino despacio, camino hacia el baño, arrastrando mi alma, como sometido, escuchando el eco de todas las voces de los que me han precedido:

- “Cuida lo que salga de tu boca”.

Como todas las mañanas, llego al baño, mi destino.
Busco el espejo, abro la boca y en él, me miro.
Y otra vez, como siempre, encuentro ahí metidos,
a unos huevos acurrucados en su nido.

Y vuelta, otra vez, a preguntarme:
- ¿De qué carajos serán hoy estos benditos huevos?

Serán de gallina, por lo blanco,
pero no me confío, ya me ha sucedido.
Hay que esperar a que abandonen el nido.

Pueden ser de canario, con sus cantos enjaulados
de urraca agorera del brujo o la hechizera
de águila desplumada, en penacho de guerrero
de jilguero, mirlo o tzenzontle
(que hasta al Diablo alegran con sus trinos)
de gorrión vulgar por común y corriente
o del loro lenguaraz, loro maldiciente
del pirata rapaz de los mares de oriente.

Abro la boca y me miro en el espejo,
Y otra vez, encuentro, ahí metidos
a unos huevos en su nido.

Serán de gallina, por lo blanco.
Pero no me confío, ya me ha sucedido.

Pueden ser de dragón en cuento de leyendas
o de serpiente tentando al pecado;
de víboras y culebrillas durante el cotilleo
o de tortuga terrestre, lerda y aburrida.

Cierro la boca y otra vez y como siempre
achucho a los huevos
incubándolos con mi aliento.

Y los mimo mucho, con la boca cerrada,
para cuidar, como me decían,
de lo que pudiera salir por ahí, durante el día.

Pero…

Percibo de reojo los gestos del espejo
que los hace, como si me llamara.

Lo miro y me devuelve la mirada.
En silencio me habla y lo comprendo.

Hoy me pide, callando,
piedad, misericordia.
Hoy me pide para su propia historia,
una simple y llana felonía.

Vuelvo a mirarlo y con él me comprometo.

Voy al frigo, encuentro el bacon, abro el gas, saco la sartén, la pongo al fuego, echo aceite, saco a los huevos de sus aposentos, quiebro el cascarón y los frio, muy bien fritos.

Sean de lo que hayan sido
hoy me los zampo en el almuerzo,
a la salud del espejo,
aunque se me vayan por los cielos
los malditos triglicéridos.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Una meada de leyenda.

Justo el día en que Don Severiano fue sustituido por la muy severa maestra Doña Chonita para hacer las guardias en el baño de los niños, apareció el superfenómeno de las meadas infantiles: Jorge I “La Leyenda”.

Fue el baño de los niños el único bastión al que el matriarcado docente de mi escuela primaria nunca pudo tomar.

Según se entraba a nuestro centro de peregrinaje del orín y el escupitajo, una mampara de cemento lo demarcaba del mundo exterior. Era un espacio no muy grande, un tanto oscuro y poco ventilado, el cual parecía que por pertenecernos, tendría siempre que estar sucio, mojado y oliendo a lo indecible. Detrás de la mampara había un mingitorio en el suelo de tres metros contados de largo y unos veinte centímetros de ancho rebosado de inmundicias. Teníamos, además, los gabinetes de los excusados bien pintarrajeados con consignas en contra de los maricones, rimas altisonantes y dibujitos muy vulgares y libidinosos. En ese lugar así como era, se resolvían todos los asuntos de los alumnos de sexo masculino de mi escuela.

Ahí se enfrentaban los del 5ºA contra los del 5ºB, los del 6ºA contra los del 6ºB o los del 4ºA contra los del 4ºB. Estas broncas entre bandas rivales eran poco usuales, pero a decir verdad, eran las más impresionantes. También había las típicas broncas de uno contra uno por cuestiones personales; pero esas eran muy aburridas.

Las más crueles y habituales eran las que organizaban esas temibles bandas de los 4º,5º y 6º A y B con los alumnos de los 1º, 2º y 3º.

Estos mafiosos de los grados más altos nos reclutaban a la fuerza en el patio de la escuela como matoncitos en ciernes, preguntándonos:
-¿Eres del A o del B?
Una vez escuchada la respuesta nos llevaban arrastrándonos al baño y con amenazas nos obligaban a trompearnos, uno contra uno, contra los reclutas de la banda rival.
Estas broncas eran terribles, porque los pobres niños teníamos que pelearnos para salvar a la vez, el honor de la letra, A o B, y nuestro propio pellejo…y ay de nosotros si se enteraban las maestras.

Sin embargo, por el griterío que se escuchaba en el baño durante las peleas, las maestras se enteraron y decidieron poner a Don Severiano, conserje de la escuela, a vigilarnos.

Con la anuencia de Don Severiano, a los capos de las bandas se les ocurrió entonces la genialidad de organizar concursos de meadas en el baño de los niños, para contrarrestar, de este modo, la jugada autoritaria de las matriarcas.

El concurso consistía en pararse en el extremo del mingitorio y tirar el chorro de orín para ver qué tan lejos lo llegaba cada concursante. Los capos midieron la distancia del extremo del mingitorio desde donde se paraba el concursante hasta la parte que daba a la mampara de cemento, 3 metros, y empezaron el concurso un día indeterminado.

Llegaban los concursantes, se ponían en el extremo del mingitorio, tiraban el chorro y lo medían. Los clasificados eran los que lograban alcanzar los tres metros. Los que no, quedaban fuera del concurso y se veían obligados a abandonar el baño humillados escuchando sendos pitorreos en su contra. Los empates o pleitos entre aquellos que trataban de resolverlos orinándose los unos a los otros, los decidía Don Severiano.

Por eso decidieron cambiar a Don Severianio - que no le hacía honor a su nombre-, por Doña Chonita - mujer corpulenta de voz sonora, mirada impenetrable y paso firme que machacaba el suelo como nazi marchando por los ghettos de Varsovia.

Ese día, Jorge, pequeñito e inocente como eran todos los recién ingresados de 1º, llegó, y sin más, se paró en el extremo del mingitorio, el lugar de los campeones. Jorge, chiquito y esmirriado, preocupado por no mearse encima, se sacó su gallinita con la poca habilidad que tiene un niño de seis años para encontrarse su pitito detrás de la cremallera, sin prestarle mucha atención a las burlas que hacían los capos sobre su micro asunto, que además de minúsculo, estaba circuncidado.

Antes de que comenzara a orinar los capos preguntaron:

- ¿Eres del A o del B?

El chaval dando brinquitos para contenerse y con el pitito en la mano, no alcanzó a contestar y comenzó a orinar. Su chisguete cruzó raudo y potente los tres metros de mingitorio, subió la mampara de cemento de 1.60, atravesó el metro y medio que separaban la mampara de la puerta de entrada y fue a parar a las piernas y a la falda de la maestra Chonita que se encontraba haciendo guardia en el umbral de la puerta del baño. La algarabía fue mayúscula. Todos gritamos y, sorprendidos, aplaudimos la hazaña más que asombrados. La maestra, creyendo que se trataba de otra descarada afrenta, entró al baño como batallón antidisturbios para ver quién había osado a mojarla con agua - cosa que ella creía, porque no podía imaginar la potencia del cañón con el que nos habíamos topado.

Nadie dijo nada ante los gritos de la maestra. Mudos los del A y los del B de distintos grados, guardamos todos silencio para defender como hermanos al Faraoncito Jorge, Santo pacificador, César del baño y Emperador circuncidado, que permaneció inmóvil con los ojos muy abiertos, jugando nervioso con su pitito y soportando firme la intrusión de la maestra.

La maestra se batió en retirada, sin entender la magnitud de nuestra victoria. Salió furibunda del baño de niños, escuchando nuestras burlas y carcajadas seguida por Jorge, a quien sacamos en hombros.

Desde entonces las meadas se realizaron por pura diversión, sin afán de competencia. Ya nadie podía imponer su autoridad frente a la leyenda del héroe mítico que había defendido el bastión de los niños, meándose espectacularmente sobre el mismísimo brazo largo del la ley.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Relación elemental

Soy como el agua que limpia tu cuerpo
o como el aire que lo refresca.
Soy el fuego que te calienta
o la tierra que te acompañará un día.

Soy lo que quieras que sea
lo que deseas
sin renunciar por ello
a lo que es mío.