viernes, 26 de agosto de 2011

Cajas

A mí me encanta abrir cajas.

Cajas, por definición, son objetos rectangulares abiertos o cerrados en los cuales se pueden guardar otros objetos….pero esa es una pobre definición de lo que es una caja.

A mí me encanta abrir cajas, te digo. Todas las cajas, piensa, todas las cajas son cajas de sorpresas. Todas guardan un valor, un secreto, un deseo, un objeto o un sentimiento. Piensa, si no sabes lo que guardan, lo que encierran, de todas las cajas surgen cosas, por eso, todas las cajas, por definición, son magas con chistera.

Cajas, la más mítica, la de Pandora, que era ánfora en sus inicios, pero por una renacentista metamorfosis, se convirtió en caja. Caja de todos los males. Caja de la primera mujer griega. Mujer hecha de arcilla por orden de Zeus -¿coincidencia divina o judía piratería?-. Caja y mujer, hechas ambas, para para castigar a los hombres. Caja de Pandora que al destaparla, liberó a todos los males y que al taparla de nuevo, asustada, dejó sólo a la esperanza encerrada en ella…por eso, dicen, la esperanza es lo único que no se pierde.

Cajas, cajas de cartón, para estiba, para mudanza, para almacenar esos trebejos que poco sirven, que poco utilizamos, que nos incomodan; pero que no tiramos por un cierto extraño apego que nos une a ellos.

Cajas, cajas de plástico, pequeñas, con tapa hermética, más modernas y funcionales, ahora llamados tuppers. Cajas estas para guardar la comida en el frigo; o más grandes, pero iguales, para la ropa en los armarios o para los trebejos que más utilizamos, que andan por ahí, sin lugar fijo, pululando, que no queremos ver tirados, o simplemente, que no queremos verlos.

Cajas, cajas de pago, materialistas, de dinero va y dinero viene, de sumar números, de imprimir recibos, de guardar monedas y billetes de variadas denominaciones. Cajas, cajas de ahorro, de cobro de intereses. Cajas de aquí tengo tu dinero, no te quejes, está guardado, está seguro, yo lo multiplico para mí y luego hago con él lo que me apetece.

Cajas, cajas fuertes, cajas de seguridad, caja de caudales, de apertura difícil, de combinación, de contraseña, de claves, de grueso espesor, empotradas en pisos o paredes, escondidas tras los cuadros o los muebles. Cajas estas de metal, pesadas, para evitar ladrones, para guardar valores, bienes que no fluyen, dinero negro, testamentos, documentos comprometedores o toda clase de personales inseguridades.

Cajas, arcones, baúles, cofres; ahora choznos, tatarabuelos, bisabuelos, abuelos de cajas para guardar reliquias o antiguallas, antes novedades. Cajas empolvadas, olvidadas en áticos, sótanos o desvanes; pero a final de cuentas, miembros todos con la misma genealogía, cajas.

Cajas para alhajas, alhajeros, para joyas, joyeros. Cajitas para guardar piedras y piedrotas encadenadas a la vanidad; para guardar collares y anillos de belleza y valor extraordinarios, de conmemoración, de aniversario, de celebración o simplemente de empeño, para llegar a mes, para pagar hipotecas o solventar deudas, claro, si el caso fuera, que evidentemente, en nuestro caso, no lo es.

Cajas de regalos, con moños y envolturas, que emocionan, que sorprenden en navidades, en los días de reyes o en los cumpleaños.

Cajas bonitas, singulares, también de regalo, para guardar como subordinados…”con nuestros mejores deseos, gracias; del Rey y la Reina, por sus servicios prestados”.

Cajas de zapatos, cajas divertidas, cajas de niños, cajas escondidas en algún resquicio, debajo de la cama, o en un sitio visiblemente secreto. Cajas con papelitos, chicles, dulces, soldaditos, estampas, canicas, lagartijas, carritos, moneditas de a .05, amuletos y juguetitos consentidos.

Cajas anatómicas, fisiológicas, humanas. Cajas craneales para guardar ideas, para pensar idioteces –divertidas-, para crear e imaginar sueños, ilusiones o filosofías;  cajas torácicas, para sentir hambre, para sentir sed, continencia, latidos, aire en la sangre, dolor, fatiga, para sentir en nosotros a la vida misma.

Cajas, cajas tétricas, de mortaja, de último viaje,  para despedir muertos, para guardar cadáveres.

Cajas, cajas, cajas… las más maravillosas, la que son más que cajas, las que son amigas, las que son mujeres,  las que son amantes, las que son compañeras, las que son niñas o confidentes; las que guardan más que algo, las que nos guardan a nosotros mismos y todo lo que en nosotros llevamos.

Yo tengo una caja de esas. En ella que he metido todo mi mundo, todos mis sentimientos, todas mis historias, todas mis ilusiones, todas mis alegrías, todas mis tristezas, todos mis recuerdos. En dónde me refugio, en donde me pierdo, desde donde viajo por el universo. Para allá voy y de desde ahí vengo. En donde me guardo, me vacío, me contengo. A dónde llegan  a purificarse todos mis males y desde donde salen mis mejores deseos.  En dónde lloro, en donde me alegro, en donde comparto, desde dónde creo, canto, amo, protesto. Yo tengo una caja, mi caja, la única, la preferida, en donde soy yo y tú igualmente conmigo, donde nos confundimos y fundimos tus talentos con los míos, cantando, riendo, creando, uniéndonos. Desde donde surge la magia de ser dos, en uno, compartidos.

Esa caja, es la caja de mi guitarra.

Me gusta mucho mi caja, me gusta mucho lo que guarda mi caja, (que por cierto, fue un regalo, en su momento); me gusta mucho abrirla para compartir mi mundo contigo; pero ¿sabes? lo que más me gusta de mi caja, lo que verdaderamente más adoro de su contenido, lo que la hace realmente exclusiva, es saber que has guardado el eco de tu voz, en ella.

domingo, 21 de agosto de 2011

Testigo

Soy testigo.
Doy fe de ello.

Es media tarde, estoy sólo, con la familia de viaje. Aprovecho, salgo, camino, miro, observo. Hago lo que más me place. Deambulo parsimonioso por las calles.

Camino, miro, observo.No encuentro nada nuevo. Mejor dicho, no me esfuerzo.Tengo pereza, lo acepto, hoy no quiero encontrar lo nuevo en lo viejo.

Atravieso la calle, me meto en otra zona. Son calles que habitualmente, no frecuento.La gente parece distinta, los edificios también. Mi mente se relaja. Me alegro. Ya me siento más cómodo.Lo viejo conocido me parece nuevo, sin hacer el menor esfuerzo.

Camino, sigo, miro, observo. Hace calor, busco una sombra, llego a una banca, me acomodo.Es buen sitio para pescar imágenes y sentimientos. Saco mi libreta, armo la caña, tiro el anzuelo. Dibujo y apunto mientras espero a que piquen las ideas. Me siento bien, pleno, feliz. Me siento y dejo que la vida se pasee frente a mí.

A lo lejos se escucha a unos gitanos.Cantan rumbas y bulerías en corro. Los niños juegan, la gente pasa.Mas allá, en una terraza, la gente come y habla.Volteo, veo a dos jóvenes, una moto. Fuman, beben, platican. No sé si esperan.Veo también a un niño con muletas y a otro, pobre, casi como cuasimodo. Bromean, juegan, se tiran piedras. No les importa su condición, con risas y diabluras la compensan. Da alegría verlos, no tristeza.

Veo una ventana, una silueta.

Aparece una chica, linda, bella. Mira desde la ventana, mira hacia afuera, como si buscara sin buscar. Mira ilusionada. El brillo de sus ojos, el gesto de su cara, no engañan, tienen el mismo fondo que tienen los de una mujer enamorada.

La veo, me mira…pero sigue sin realmente mirar para afuera.

Veo venir a un chico, se acerca. Si fuera caballero, montaría al trote.Viene con los ojos puestos en su destino. Viene metido en él mismo.Camina sin mirar, camina como tratando de no perder su rumbo. Camina fijamente, camina para caminar.

Volteo de nuevo, busco a la chica…¡es tan bella! Sigue ahí, mirando, casi suspirando. Me pregunto¿En qué, en quién estará pensando?

Escucho el trote del chico. Ya está cerca.

Llega. Lo miro. Me mira. Volteo a ver a la chica. Él me sigue la mirada.Voltea a verla a ella. La descubre. Abre la boca, se sorprende.Aspira hondo, contiene el aire. Aminora la marcha, casi se detiene.No quiere desviarse, pero no puede. Camina despacio, hacia donde ella.Cambia de actitud, se acicala, saca el pecho, parece gallo, parece palomo, parece haber dejado el trote, parece que ahora flota en una nube.

Lo veo, y veo que ve a la chica, y ella, sigue ahí, mirando sin mirar y buscando sin buscar, como enamorada.

Veo que él se acerca, que va hacia ella, que la llama sin hacer gestos, sin dar voces, pero tratando de tirarle cien mil flores.

Veo que, finalmente, ella se vuelve, que lo mira, que lo encuentra. Abre la boca, le brillan los ojos. Los labios le tremolan, se reacomoda, se pasa la mano por detrás de la oreja. Se ajusta la blusa. Baja la cara, lo mira de reojo, pizpireta.

Se ve, se percibe, que no se conocen que no se conocían, que es la primera vez que se encuentran.

Camina él, despacio, hasta su edificio, sin quitarle el ojo. Lo ve venir ella, se sonríe, coqueta,desde su ventana.Él se acerca, ella lo llama, ambos dos sin decir palabra.

Camina él muy despacio, alza la cara, mira hacia arriba, ella se empina, para verlo allá abajo, desde la ventana. No dejan de verse; pero no se dicen nada. Se miran, se llenan, se contemplan. El amor los desborda, los flecha.

Se siente su emoción.Se les nota en el cuerpo, se les ilumina la cara. Siguen en silencio. Se detiene el tiempo, pero no sus miradas.El amor los inunda, inunda a la ventana, inunda a la acera, inunda a la calle, inunda al barrio, inunda a toda, la ciudad entera.

Se miran, él camina a pasitos,se miran, él casi se detiene, se miran, ya casi nace una palabra…se oye un grito desde adentro, la llaman, se mete, se esfuma, desaparece de la ventana.Él espera un poco y un poco más; pero ya no hay nadie, ni visos de haberlo.

Se va.

Él camina ahora, sin trote, sin nubes, sin energía.
Se detiene, duda, se voltea, mira, se regresa, la busca.
Ya no está en la ventana. No sabe su nombre, no la llama.
Mira hacia arriba por última vez.
Él reemprende el camino y el tiempo reanuda su marcha.

Aparece ella, apresurada.
Finge que va al contenedor, finge que tira la basura. Finge que se limpia la mano.Finge todo lo que puede y mientras finge,hace tiempo de manera deliberada. Mira y remira, lo busca y lo rebusca. No lo ve, no lo encuentra, ya no está, ya se le fue. Ya no hay nadie y sabe que ya no habrá entre ellos, desgraciadamente, nada.

Resopla y suspira. Se vuelve a su casa, parace desairada.

Se dejan, pero sé, porque se ve, que se llevan en el alma.

Y me pregunto, ¿Qué se dijeron desde sus corazones, con esas miradas que se hablaron en silencio? ¿Cómo le hicieron para convertir, en un segundo, la tierra en el cielo?¿Cómo le hicieron, para detener un instante en el tiempo y volverlo eterno?

A saber, pienso; a saber, siento:
Es amor de dos y sólo de ellos.

Soy testigo.
Doy fe de ello.

jueves, 18 de agosto de 2011

Un pacto.

Recibo una invitación.
Quiero hacer un pacto contigo, me dicen:
¿Quieres vivir mi vida, si muero?
No sé de lo que va esto, pero sé de quién viene.
Firmo el pacto, de inmediato y sin dudarlo.
Continúo. Leo. Me explica. Entiendo.

Albert Espinosa, vive 4.8 vidas, la de él y la de sus tres amigos.
Ese fue el pacto. Repartirse las vidas entre los amigos convalecientes en el hospital, si alguno moría antes que los otros.
Ese fue el pacto, sus amigos murieron, el los sobrevivió. Sobrevivió a tres cánceres, pero él murió de aburrimiento en el hospital.
Debió ser una larga agonía. La ausencia de los otros en uno, es un cáncer difícil de curar.
Repartirse la vida al morir, veo, es la mejor quimioterapia para curar la ausencia, la nostalgia, la inmaterialidad y la melancolía.

Ese fue el pacto, por eso, Albert vive 4.8 vidas, la de él y la de sus compañeros.

Recibo la invitación.
¿Quieres vivir mi vida, si muero?
¡Por supuesto! Me digo.

Me siento feliz, firmo el pacto. Acepto la invitación. Me llena, me da vida.No sé a quién sobreviva y no sé si sea capaz de vivir tantas vidas repartidas en la mía; pero ya en mí alegría, desbocado pienso…

En la vida de mi árbol vecino, que alberga a tantos nidos, que desprende tantas flores, que oxigena el aire, que da sombra a borbotones, que alimenta a las abejas, a los abejorros, a las mariquitas, a los pulgones y hasta a las mismas hormigas que lo recorren. No sé si pueda con sus temores: a la poda que lo lacera, al hacha que lo mutila, las orugas que lo deshojan, el perro que lo mea, el gusano que lo carcome. No sé si pueda con sus temores, deberé aprender, como él, a sobrellevarlos desde sus alegrías: el columpio que mece al niño, la sombra que da al viejo, las mariposas en sus capullos, los pájaros en sus nidos, el color de las hojas en otoño y la frescura muy de mañana con que lo baña el rocío.

No sé si lo sobreviva, a este árbol amigo mío, pero si muere él primero, yo me reparto, con el que quiera, su vida.

Y asimismo, pienso…

En todo lo que aprendería si viviera, si compartiera, si me repartieran cualquiera de todas las otras vidas que hay en esta madre tierra, tan llena de vida: la vida del gato, la vida del perro, la vida de la vaca, la vida del caballo, la del tucán, la del gorrión, la del colibrí, la de la bacteria, la del virus, la de la flor, la del plancton, la del cangrejo, la cucaracha, la pulga, el piojo, la ballena, la secuoya, el abedul, la hortensia, el clavel, la papaya, el mango, la musaraña, el atún, la merluza, el jabalí, el lechón, el chorlito. Y pienso y me emociono en sentir lo que sería vivir y compartir la vida de todos estos seres que están, que pasan desapercibidos, sin saber de ellos, sin saberlos en vida. Que viven, que habrán de morir; pero que hacen la vida. Que dan vida.

Me emociono y pienso: ¡Madre mía, si me repartiese sus vidas! ¡Lo que podría yo saber, lo que entendería!

Me entusiasmo, realmente me entusiasmo.
Me siento feliz, firmo el pacto. Acepto la invitación.
Me llena, me da vida.

Y pienso en tí, y pienso que sí,
Que quiero vivir tu vida, sencilla. Que quiero ser cómo tú, sentir como tú, pensar como tú, reír como tú, llorar como tú, dormir como tú. Que quiero tener tu esófago, tu hígado, tu páncreas, tu metabolismo, tu ritmo vital. Quiero tener tus habilidades, tus talentos y entender la vida desde tu mundo, desde tus obligaciones, desde tus limitaciones, desde tu agobio, desde tus alegrías, tus creencias, tus contradicciones. Que quiero vivir desde tus miedos, tus desilusiones, tus odios, tus querencias, tus cansancios, tus amigos, tu familia. Que quiero vivir desde tus recuerdos, tus esperanzas, tus amores, tu fe. Que quiero vivirte en vida, hacerme de tu vida, la quiero muy adentro, la quiero mía, para curarme la carcoma de tu ausencia, de tu nostalgia, de esa negra sombra que se proyecta sobre tí, sobre nosotros, en el tiempo y en la incierta lejanía.

No sé a quién sobreviva y no sé si sea capaz de vivir tantas vidas repartidas en la mía. Por lo pronto, yo ya hice un pacto contigo:

Si mueres, quiero y voy a vivir tu vida, para que así sigas dándole vida a la vida misma, como sólo tú, y solamente tú, se la sabes dar.

martes, 9 de agosto de 2011

Por siempre jamás...

Domingo al mediodía. Calles de barrio, farolas vecinas, fachadas las mismas, semáforos de siempre; árboles verdes, frescos y alegres.

Nada nuevo. Viejos conocidos.

Paseamos.  

Hace calor. Calor de verano, pero de verano atípico. Demasiado húmedo para estas tierras de meseta y a mediados del estío.

Cargo al niño en mis hombros. Él es un Tiranosauro Rex de dos años. A mi lado camina su madre. Un ser normal, por fortuna para todos; porque yo su padre, sin saberlo, fui convertido en un Triceratops.

Andamos lento, es paso de paseo. Andamos paso a pasito disfrutando cada huella que dejamos, en ese instante, en ese lugar. No queremos llegar, no tenemos prisa, no vamos a ningún lugar.

Errantes vamos. Vagabundeamos. Nos recreamos, disfrutamos. Comentamos lo que hay, lo que pasa, lo que vemos y lo que nos imaginamos.

Llegamos a un parque. Se ve una terracita. Hay poca gente y mesas vacías. La terraza invita. Para protegerse del sol, se sirve sombra a granel. Adentro, de techo de cemento y hierro; afuera, de fronda verde con madera.

Nos acomodamos en una mesa, bajo la sombra fresca entre un árbol de hojas perennes y otro de caducifolias. Ya sentado observo, en las otras mesas, a los que llegaron antes. Algunos leen, otros platican. Veo a una pareja, a un grupo de  amigas, a un par de viejetes y a una familia.

Nos atienden. Dos cervezas y una coca cola. Aceitunas en salmuera y patatas fritas.

Nos relajamos bajo la sombra de los árboles. Nos relajamos lo más y todo lo que nos permite un Tiranosauro Rex de dos años, que va por su muy personal periodo jurásico, sacándole el hielo a la coca cola, manoseando la salmuera de las aceitunas y zampándose impío las patatas fritas.

Ahora el tiranosauro ruge por última vez y desaparece. Se transforma en el pícarillo de Tormes. Toma una patata, la tritura y desde su silla, la arroja al suelo, no muy lejos de su asiento. Me mira en complicidad y espera.

Llegan cinco gorriones. El más osado, volando, de un picotazo, se lleva la migaja más grande. Los otros nos miran con cautela. Miedosos, apenas comen y vuelan.

El picarillo tritura otra patata, y cómo confeti, la avienta al aire. Tiene bien sabida la lección. No es la primera vez lo hace.

Ahora llegan dos gorriones. Llegan juntos, se nota que se hacen compañía, que se quieren, que se cuidan. Me sorprenden. Los miro atento. Uno busca la comida, come rápido, el otro nos vigila. El primero, ahora, toma una migaja, se voltea y la pone en el pico abierto de su compañero el vigía.

Veo ese pico abierto. Veo la mirada del ave vigía que coincide con la mía. Su vista de pájaro me prende en vuelo, me hace girar, girar, girar. Siento vértigo. Doy vueltas y vueltas y vueltas y a vueltas y vueltas, y giros y giros, me desprendo, se me escapa el alma, me deja el cuerpo. Esa mirada, ese pico abierto, me arrastran en vorágine, a mis adentros, como a un agujero negro,  a otro estado mental, a otro espacio, a otro tiempo, a otro momento. Me hacen volar sin alas a donde todos los gorriones que he conocido, a donde todos los parques en donde han comido, y en todos los árboles en los que han hecho nido.

Y en ese torbellino de recuerdos, en esa vorágine de imágenes - que me llegan todas agolpadas al unísono a mi cerebro-, surge de pronto una en exclusiva que se discierne clara y nítida, que se alza, que se sobrepone, que se ajusta, casi perfecto a la que tengo enfrente, a la que estoy, de hecho, viendo en este preciso momento.

Es un gorrión en un nido, en la copa de una jacaranda. Es la casa de mi abuela, soy yo junto a ella, son años atrás y como si no lo fueran. Ella señala el nido, yo lo busco curioso entre los retoños y las flores lilas de la jacaranda en primavera. No hay nada más que eso: ella señalando y yo buscándo al nido,arriba, entre las flores lilas de la jacaranda. No hay nada más, nada más hay, hasta que recuerdo. Recuerdo que lo encuentro, encuentro el nido y veo dentro de él, a una pajarita que alimenta allá arriba, a su crío. El polluelo abre el pico. La pajarilla voltea, la miro. Siento que me mira. Y allá arriba en ese árbol y allá atrás, en aquel entonces, veo un pico abierto y una mirada en el nido, como veo frente a mí, precisamente ahora, la mirada y el pico abierto del pájaro vigía, que se cruza con la mía.

Y me doy cuenta que esas aves de presente y de pasado, con esas miradas, con esos picos ansiosos, me llevan en su vuelo a esa maravillosa y extraña tierra en dónde no hay ni arriba ni abajo, ni ayer, ni entonces, ni hoy, ni mañana. Dónde todo es aquí y ahora sin condiciones. Donde todo está yuxtapuesto, entre lo próximo y lo lejano, entre lo sentido, lo pensado, lo vivido y lo imaginado. Entre lo recordado y lo olvidado. Dónde todo aparece junto, y se siente, y se piensa, y se vive simultáneo, desde hoy, desde ayer, por siempre y por jamás, desde su origen hasta su eternidad.

Me doy cuenta de ello y disfruto lo nuevo que veo y lo conocido que recuerdo. Y camino, paseo, ando, vagabundeo por los pájaros, los parques, los jardines, los árboles y los nidos, los de hoy y los de entonces, y percibo la voz de mi abuela y su mano sobre mi hombro de niño; y percibo al mismo tiempo, la voz de mí esposa y la mano de mi hijo que se apoya sobre mi hombro de adulto, para escapar de su silla.

Regreso. La voz de mi esposa alerta que se escapa el tiranosauro. Está de regreso. Vuelan los pájaros de hoy y se llevan en su vuelo, a la imagen de mi abuela, la jacaranda en flor y los pájaros de entonces, los de ayer, en el nido.

Regreso…estoy aquí, ahora mismo.

Regreso, repaso, observo, recuento por si algo hubiera cambiado durante mi ausencia: las sillas, las mesas, las cervezas, lo vasos, las patatas, las aceitunas. Los árboles, están todos, tanto los de las hojas perennes, como los de las caducifolias. Regreso, repaso, recuento. Veo a mi alrededor y veo a una pareja, a un grupo de  amigas, a un par de viejetes y a una familia. Sí, es verdad, me doy cuenta que estoy de regreso. Nada ha cambiado, salvo mi esposa dando voces desde su silla, al tiranosauro que ríe y que corre libre por el parque, saltando.

Nada ha cambiado. Fué sólo un instante en este parque que me pareció un largo paseo por mí mente.

Y me doy cuenta que así es el tiempo en esa extraña tierra del por siempre jamás, por donde andamos, siempre lento. En donde andamos paso a pasito disfrutando cada huella que dejamos, en ese instante, en ese lugar. En dónde andamos sin querer llegar, en dónde no tenemos prisa, ni vamos a ningún lugar.  En esa tierra en donde todo es el todo y nada se queda afuera. En esa tierra que es nuestra vida, la de ahora y la ya vivida. En esa tierra en dónde vagabundeamos, nos recreamos, disfrutamos. En dónde comentamos lo que hay, lo que pasa, lo que vemos y lo que nos imaginamos. En esa tierra mágica y maravillosa que nos pertenece y en dónde tú y yo podemos estar, en dónde ya estuvimos, en donde ya hemos estado, yo contigo, tu conmigo, juntos, simultáneos, unísonos, sin condiciones, al leer, tú, hoy, en este momento, ahí desde dónde estás, lo que hice yo, en el parque y lo que recordé, yo, de mi pasado, en ese domingo que quedó ya desde este instante, en tí y en mí, en el por siempre jamás.