Cuando leí
Sexus, dejé de hacerle caso a mi cabeza .
Después de leer este libro, un añejo periplo intelectual junto con el racionalismo decimonónico y la dialéctica cientificista heredadas por parte de mi línea paterna, se fueron al arcón de las cosas que sólo estorban para el buen funcionamiento de nuestra interioridad, o sea, se fueron al WC.
La gente no lo entiende ni yo pretendo explicarlo. Dar explicaciones del destino final de todo mi curriculum vitae cognoscitivo me da bastante hueva ontológica.
Después, dejé de hacerle caso al corazón.
Me dí cuenta que el corazón, a pesar de lo que dicta mi línea de la concepción del mundo materna, es mal consejero en la toma de decisiones del día a día.
De esto me dí cuenta cuando tres personitas me lo alfiletearon cual fetiche de vudú y otros varios adultos de mi confianza me lo magullaron con chantajes, manipulaciones y condicionantes hasta dejármelo listo como papilla de plátano.
Con tantos sentimientos enfrentados en el corazón, latiendo entre los sístoles de la negación de la dignidad y los diástoles de la defensa de los valores mínimos para la convivencia y el respeto… con tanta síncopa y arritmia emocional… me dí cuenta que un corazón con dolor, obliga a la cabeza a buscar argumentos racionalistas para mitigarlo y termina, pese a todo, traicionándonos por ese dolor que siente.
Así pues, todos esos sentimientos que quedaron embarrados en forma de mocos y lágrimas en los pañuelos desechables que usé por hacerle caso al corazón, están guardados en el mismo arcón de los recuerdos del que ya les platiqué.
Cada vez que digo esto, la gente me contesta que el mío lleva un punto de cinismo y que no tengo razón ni alma en el cuerpo; pero yo termino dándome la vuelta por la guácara que me da tener que darles algún tipo de explicaciones.
Hace unos pocos años, felizmente, le empecé a hacer caso a la tripa.
Gracias a la tripa he tomado decisiones verdaderamente trascendentes para mí en los últimos años. Renuncié al
ethos que lastraba, al
pathos que me movía, al
logos que me definía y empecé de cero. Emigré, me volví a casar, tuve otro hijo, por ejemplo.
Gracias a la tripa, las cosas me han ido bien. Tengo sueños, ilusiones, van creciendo lazos de amistad sinceros. Se van filtrando mis sentimientos, van quedando las esencias, se evaporan los malos olores, permanecen las ideas fundamentales, se reciclan los deshechos. Regresa la gente que me quiere, regreso a la que quiero.
Y todo por hacerle caso a la tripa. Es que ahora, con esto de hacerle caso a la tripa, si la tripa me dice que
no, es
NO; si siento que la tripa se me pone tensa, si siento el intestino aquí adentro como un garrote: No lo hago, no hago lo que me esta pasando por la cabeza ni lo que estoy sintiendo en el corazón.
¡Ah!, pero si siento que en la tripa me revolotean mariposas y que me corren catarinitas, si siento que en la tripa me florecen las margaritas y se me abren los girasoles, hago directamente lo que traigo en la cabeza o lo que siento en el corazón, sin dudar.
Lo más maravilloso de esto también, es que si le digo a la gente que es por eso que estoy tomando una decisión, que estoy tomando una decisión porque lo siento en las entrañas, nadie me cuestiona mis sentimientos, ni me piden más explicaciones. Es como si se imaginaran la concepción no de una idea, sino de una bebita, a la que esperan ver nacer desde mi tripa y no desde mi cabeza o mi corazón.
He descubierto en la tripa la magia de la intensión, de la intencionalidad, de la convicción y el convencimiento.
He descubierto la fuerza de la tripa. Me funciona muy bien. Soy feliz a pesar de muchas cosas.
Y a tí ¿Qué te funciona para ser felíz?