martes, 28 de octubre de 2008

El mero-mero-polímero

Chon decía que él era "el mero-mero" y Miguel, su jefe, le puso de sobrenombre “el polímero”.

A Chon le gustaba escuchar casetes de cumbias y música tropical a todo volumen mientras conducía su camión.También, mientras conducía su camión, a Chon le gustaba contar una y otra vez los únicos cinco chistes malos y vulgares que se sabía y desternillarse después a carcajadas como si fuera la primera vez que los escuchara.

Chon, "el mero-mero", trabajaba como chofer de un camión enorme en el cual viajaban un vendedor y su ayudante. Chon conducía el camión y el vendedor y su ayudante visitaban cada quince días los pueblitos oaxaqueños más recónditos de la Sierra Madre del Sur, para vender y entregar las siete toneladas de embutidos, carnes frías, quesos, lácteos y alguna que otra miscelánea que cabían en la bodega refrigerada del camión.

Chon era respetado por sus muchos años como conductor. Chon, “el mero–mero”, podía llevar su super camión de siete toneladas por las más estrechas carreteruchas de la Sierra Oaxaca, bajo la lluvia más atroz, circulando al borde de un desfiladero con la niebla más cerrada, mientras platicaba distraídamente, a gritos, los pleitos que tenía con su esposa por llegar tarde y borracho a casa.

Era sabido que cuando Chon ,“el mero-mero”, aparcaba su super camión de siete toneladas en uno de los pueblos perdidos en la Sierra de Oaxaca y los vendedores salían a visitar durante toda esa mañana o toda esa tarde, cuanta tienda, tiendita o tendejón hubiera en el pueblo para levantar un pedido, Chon acostumbraba a irse a la casa de su amante en el pueblo en turno para darle vuelo a su deshilachada hilacha. Chon tenía mucho pegue con las señoras de los pueblos por los que pasaba, pero nadie sabía por qué. El vendedor y su ayudante decían que era porque Chon las apantallaba con el supercamión de siete toneladas. Pero Chon decía que no, que su pegue era porque él era Chon, "el mero-mero”. Chon decía que él podía darle y a darle a una dama durante toda la mañana o toda la tarde o toda la noche. Chon decía que él era incombustible, por eso era “el mero-mero” y que por eso lo adoraban. Miguel, el jefe de ventas, era de la opinión que la fascinación de las señoras por Chon, consistía más bien en un erotismo reciproco sui generis entre él y sus amantes, ya que si a Chon no parecía importarle la voluminosa notoriedad de los pliegues en la panza de sus amantes, ni su mal aliento, ni sus mofletes sebosos, ni sus tetotas gordas y caídas, ni sus piernas obesas y varicosas, ni sus caras llenas de pelos ralos pero hirsutos; a ellas, sus amantes, tampoco parecían importarles las piernas corvas de Chon, ni su ombligo saltón, ni su metro sesenta de flacura, ni sus cincuenta y pico de años con arrugas, ni su calva mugrosa, ni sus dientes chimuelos y su nariz rota, ni sus manos grasosas, ni su olor a pescado descompuesto, ni su cicatriz en la mejilla.
Lo que si era verdad es que eso del “mero-mero”, no era un farol ni un fanfarroneo. Había veces que el vendedor y su ayudante, ya habiendo terminado de vender, descargar y cobrar, tenían que ir a buscar a Chon a casa de su amante y Chon todavía seguía dándole…y por darle y darle, se les hacia tarde para ir al siguiente pueblo…, y si se les hacía muy muy tarde, pues se quedaban a dormir en ese pueblo y si se quedaban a dormir en ese pueblo… pues Chon, vuelta a darle toda la noche. Por eso Chon decía que él era “el mero-mero” y por eso mismo, Miguel, su jefe y jefe de ventas de una distribuidora de alimentos en la ciudad de Oaxaca, le puso de sobrenombre “el polímero”.

Esa vez me acuerdo que Miguel decidió ir a supervisar al vendedor y al ayudante de la ruta 6 de ventas foráneas que cubrían la ruta Oaxaca – Huatulco - Puerto Escondido- Pochutla- Mihauatlán- Oaxaca. Chon, por supuesto, sería el conductor del camión.

Trece días habían pasado antes de llegar a Pochutla. Trece días habían pasado desde que Chon, Miguel, el vendedor y su ayudante habían iniciado el recorrido de la ruta. Atrás habían quedado Huatulco y Puerto Escondido con los pueblos intermedios y conexos de la Sierra. Era viernes antes del medio día cuando Chon aparcó su super camión de siete toneladas frente al hotelito de Pochutla.

Pochutla, famosa entre los gringos por estar cerca de la playa nudista de Zipolite, no es un pueblito de la Sierra Oaxaqueña. Pochutla es una ciudad-pueblo cafetalero en forma, de unos sesenta mil habitantes, con muchas tiendas y comercios. Por eso, la visita de ventas aquí, por lo general, les tomaba al vendedor y a su ayudante día y medio, y por eso Miguel, el vendedor y su ayudante, decidieron esta vez trabajar a todo vapor para terminar temprano el viernes, con la esperanza de dormir tranquilamente esa noche en Pochutla y emprender el viaje a Mihauatlán el sábado por la mañana.

Querían hacerlo de este modo para evitar el peligro que entraña la carretera en el tramo entre Pochutla y Mihauatlán. Querían evitar ese tramo porque por la tarde-noche se llenaba de asaltantes. Era muy peligrosa esa carretera (si ha dejado de serlo, no lo sé; pero en ese entonces era muy peligrosa). Era muy peligrosa, les digo, puesto que apenas una semana antes a este viaje, en esa misma carretera habían matado a otros compañeros de trabajo para robarles la mercancía de su camión. A los cuerpos de los compañeros - conductor, vendedor y ayudante -, los habían encontrado con mucho esfuerzo, escondidos y en estado de descomposición, entre la maleza de la Sierra.

Todos estuvieron de acuerdo con el plan. Quedaron de estar puntualmente a las 9 de la mañana del sábado en dónde el supercamión de siete toneladas, que se quedaría aparcado en la plaza de Pochutla, para salir temprano hacia Mihauatlán.

Chon a todo esto dijo que sí y se desapareció como de costumbre.

Miguel, el vendedor y su ayudante se pusieron a trabajar sin descanso el resto de la mañana y toda la tarde del viernes, y gracias a ello, el viernes a las primeras horas de la noche, pudieron terminar de vender y entregar absolutamente todos los embutidos, carnes frías, quesos, lácteos y alguna otra miscelánea que traían en el supercamión de siete toneladas. Lo que era una muy buena noticia. Vendida y entregada lo que restaba de las siete toneladas de mercancía en Pochutla, se ahorraban la visita a Mihauatlán.

Miguel, el vendedor y su ayudante, que estaban verdaderamente cansados después de trece días de ruta de ventas por la Sierra y un viernes de locos, regresaron al hotelito en donde se habían hospedado. Cenaron contentos unos tamalitos en el restaurante del hotelito, ilusionados por pensar en que para el sábado a media tarde, estarían de regreso con sus familias en Oaxaca. Además, les tranquilizaba saber que podrían cruzar por la mañana y sin mucho peligro la carretera que atraviesa la Sierra y que lleva a Mihauatlán.

Terminaron de cenar estos tres y se fueron a dormir, todos muy contentos.

Amaneció sábado. Miguel, el vendedor y su ayudante pagaron y salieron del hotel a las nueve y media. Habían quedado con Chon a las nueve en donde estaba aparcado el supercamión de siete toneladas, pero no les importaba el retraso. Conociendo a Chon “el mero-mero polímero”, ya sabían que saldrían pasaditas de las diez.

Cuando llegaron al supercamión, evidentemente, Chon no estaba. Dieron las diez y nada. Normal. Siguieron esperando. Eran diez y media y Chon no aparecía. Se hacía más tarde y de Chon ni rastro. No se desesperaron, porque a pesar de haber tomado sus debidas precauciones, no era la primera vez que esto sucedía. Le escena se repetía y se repetía en cada viaje.

- Estará dándole – comentó Miguel y ante la normalidad de su tardanza, se fueron a almorzar a un changarrito de la plaza unos huevos a la mexicana con café de ahí de Pochutla.

Terminaron el almuerzo y de Chon ni sus luces. Se pusieron a esperarlo agazapados a la sombra de un Pochote sufriendo el calor de Pochutla. Dieron las once, las doce, la una, las dos y media y de Chon nada.

- Adiós a llegar temprano a Oaxaca – dijo el ayudante.
- Igual tiene dos viejas en este pueblo, y les estará dando– dijo el vendedor.
- Igual tiene más de dos viejas en este pueblo y les sigue dando– le corrigió Miguel.

Ante tan nefasto panorama, y viendo la hora que era, decidieron ir a comer en el mismo changarrito la comida corrida que incluía ceviche y una cerveza.

Terminaron de comer y se les vino la tarde encima. Dieron las cuatro y media y Chon como si no existiera. Se preocuparon más por ellos que por Chon -que le estaría dando, como pensaban-, porque ellos no renunciaban a pasar en Oaxaca la noche del sábado y ya era la hora límite para atravesar la Sierra.

Dieron las cinco y media y cuando ya se habían resignado a quedarse una noche más en Pochutla, aparece Chon, “el mero-mero polímero”, escondido detrás de una sonrisa cínica enseñando su dentadura incompleta, visiblemente cansado, dándo traspiés con sus piernas corvas, rascándose la cabeza calva y ahora además, con ojeras.

-¿Qué pasó Chon? Tenemos todo el día esperándote - le dijo Miguel muy enojado.

- Es que fui en ca' de mi señor que tiene un bisnes por la playa del Zipolite, y el pinche gringo jijo de su no quería que me juera. Hace casi dos meses que no lo veía, y estaba muy reteencabronado el pinche güey. Quería que le diera razón y no sé cuantas mamadas - dijo Chon muy apesumbrado, con su voz aguda.

-¿Tú señor en Zipolite…un gringo? ¿Un bisnes con un gringo en Zipolite? Pero ¿Qué onda?¿Trabajas para él, Chon? ¿Tienes otro trabajo o algo así? - le preguntó Miguel enfadado como su jefe que era.

- N’ombre, no, mi señor no es mi jefe.- dijo Chon,“el mero-mero polímero”, medio riéndose tratando de contener el enfado de su jefe- Mi señor es un pinche gringo, un negro, que me ligue l’otra vez que vine, y 'ora cada vez que vengo pa' acá, voy pa’ que me dé por aí'. Nomás que hace ya harto tiempo que no nos veníamos y ‘ora que me vio, no quería dejarme ir. ‘Taba como engolosionado dándome, y yo ya no sabía como quitármelo de encima. Me tuve que juir,si no.Por eso ‘ora traigo el ojete que no me puedo ni sentar. ‘Toy rejodido.

- Ya ni la chingas, Chon – dijo Miguel totalmente aperperplejado– Tú con tus mariconadas y ahora vamos a tener que pasar otra noche en Pochutla.

- No, güey, ni madres – dijo Chon – porque si el pinche negro se entera de que voy a pasar la noche aquí, viene y me la vuelve a clavar. Vámonos y dormimos en el pueblo de La Candelaria – dijo casi suplicando – aí' tengo a una amiga viuda. Seguro que nos deja pasar la noche en su casa. Cenamos rico y a luego le doy yo a la viuda un rato por la mañana, que por eso soy Chon,"el mero- mero”.

No dijo más y se subió al camión.

Y Chon, "el mero-mero polímero”, condujo su supercamión de siete toneladas durante casi dos horas de noche por la Sierra, hasta el pueblo de La Candelaria, donde vivía su amiga viuda; con Miguel, el vendedor y el ayudante enfurruñados y temerosos sumidos en los asientos del camíon; contando a gritos una y otra vez sus chistes vulgares, escuchando su casete de música tropical; mientras platicaba los pleitos que tenía con su mujer por llegar tarde y borracho a casa; y se sobaba de cuando en cuando, descaradamente, su culillo adolorido.