viernes, 28 de agosto de 2009

Mango petacón

En España, o al menos en lo que conozco de ella, sólo se come mango petacón.

Hace tiempo tuve una conversación con mi comadre aquí en Madrid.
Ella decía que no le gustaba el mango.
Yo le decía que no había probado el mango de Manila, porque el mango petacón está bueno para las aguas frescas, pero para comerlo así solito, no tanto.
Mi comadre insistía que no le gustaba el mango y se torcía de la risa cada vez que le mencionaba al mango petacón.
Ahora que mi comadre fue a México y probó más de una variedad de mangos, le encantaron. Pero no deja de reírse cada vez que escucha el binomio: mango petacón.

Acá no entienden lo que es un petacón porque las petacas para los españoles son: o unos estuches de bolsillo, ya en desuso, que sirven para guardar el tabaco picado; o una licorera pequeña y aplastada que algunos llevan llena de alipuz en el bolsillo posterior del pantalón, para darse un fogonazo cada vez que lo necesitan. Acá, una petaca puede ser también una cigarrera de hierro o una funda para las gafas - o para los lentes según el lado del océano en el que uno hable este castizo idioma-, pero petaca petaca, como lo entendemos en México, no, pos' nomás no.

Por eso, para explicarle a mi comadre de cómo un mango de la India, como lo conocen acá, llega a ser un mango petacón, como lo conocen allá, tuvo tela.

Vean si no, nomás en la que me metí.

Durante la época prehispánica en México, al baúl o arcón en donde los nativos guardaban sus telas más finas y sus piedras preciosas se llamaba petlacalli. Por ese mimetismo virtuoso que tienen las palabras para no caer en desuso cuando hacen referencia a algo realmente funcional, durante el México novohispano, petlacalli, pasó a ser petaca, sinónimo del baúl o arcón en donde se guardaban las cosas valor cuando se realizaba un viaje. Tiempo después, las cosas de valor se dejaron de llevar en esos baúles, pero ante la capacidad y la utilidad de esos arcones en los viajes, petaca pasó a ser sinónimo de maleta. Hoy en día petaca resulta ser una maleta de gran capacidad, y si me apuran, tal vez me atrevería a decir, que son maletas toscas, deterioradas y desgarbadas por el uso que les han dado.

Así pues, y gracias a ese uso cotidiano, desobligado y desinteresado que se le da en México a las figuras retóricas y de construcción, en donde a diario se utilizan con singular alegría toneladas y toneladas de aliteraciones, elipsis, hiperbatones, epítetos, paráfrasis, anáforas, epíforas, hipérboles, ironías, oximorones, pleonasmos - aunque de estos, muchos menos que aquí en España- calambures, quiasmos, zeugmas, albures, prosopopeyas, etopeyas y onomatopeyas, en Mexico, a las nalgas grandes se les llaman eufemísticamente petacas, por su comparación a esas maletas voluminosas y de gran capacidad que más de alguno o alguna lleva consigo en la parte trasera de su anatomía, y si me apuran me atrevería a decir, que las llevan también de manera deteriorada, desgarbada y tosca por el uso que les han dado.

En Mexico, pues, un petacón o una petacona es aquel o aquella con un trasero de notoriedad sobresaliente; y por eso mismo, en México, al mango de la India, como lo conocen acá en España, por su característica forma redonda, voluminosa y abultada, que recuerda a las sobradas nalgas de alguno o alguna en no importa cual parte del mundo, se le llama mango petacón.

Por eso es que ahora mi comadre, al entender el eufemismo y al comparar las formas, se tuerce de la risa cada vez que escucha eso del mango petacón.

Yo ya no le digo nada, pero en el fondo agradezco que el populus populorum mexicano lo haya bautizado como mango petacón y no como mango veliz, porque veliz, por influencia del afrancesamiento del México decimonónico y de principios del siglo XX, es otra forma de llamar a las maletas en México; y se lo agradezco porque mango veliz sí que suena muy cursi y porque veliz tampoco es palabra usada en España, y eso de tener que explicarle a mi comadre el paso de petlacalli-petaca–arcón-maleta-nalga muy abultada-valise-veliz-, créanme, eso sí que me hubiera dado mucha hueva hacerlo.

lunes, 3 de agosto de 2009

Extremos

Al principio, uno ni tiene dientes ni controla los esfínteres.
Al final tampoco.

Al inicio, uno necesita de las atenciones del prójimo.
Al final también.

Al principio, uno tiene miedos injustificados.
Al final también.

Al inicio, uno no ve el futuro con claridad.
Al final tampoco.