martes, 12 de agosto de 2008

de maneras de fisgonear y sorprenderse

De chiquito me inventé el juego de descubrir mundos paralelos y hoy convivo con esta manía que tengo desde entonces, ni modo.

Empecé mi afición jugando a mirar a través del cristal de la ventana; pero tratando de encontrar, al mismo tiempo en el exterior, mi imagen reflejada en el cristal. Era como verme desde mi casa, afuera en la calle, en un espacio mágico y virtual.

Y así andaba yo en aquel entonces, fisgoneando a través del minúsculo mundo distorsionado y en movimiento de las gotas de lluvia deslizándose por los cristales de los coches, o mirando a través de los líquidos en los vasos los objetos “quebrados” moviéndose en dirección contraria , o a través del arco iris en los cristales de las botellas, u observando por detrás de los lentes de las personas miopes e hipermétropes. Me encantaba meterme en el infinito de los espejos puestos frente a frente, ver a mi sombra reflejada en el espejo o en las ondas del agua; mi doble personalidad cóncava-convexa-patas-arriba-patas-abajo en las cucharas, descubrirme como espectador y actor en los reflejos de los cristales en los escaparates, o como ente observado en los ojos de los gatos, pasajero en las carátulas de los relojes o artículo de decoración en las joyas de las personas. Me emocionaba descubrir los mundos amplificados de las lupas, de los prismáticos de juguete.

Todavía hasta la fecha, les digo, me encanta sentir, imaginar y encontrar que existen otros mundos con otros momentos paralelos al nuestro. Me gusta ver pasar a un referente y observarlo con atención para imaginarme su vida, su proceso, nuestros puntos vinculantes, nuestros puntos excluyentes, nuestra interrelación pasada, nuestro momentum o pensar en nuestras finitas probabilidades dentro de nuestras infinitas posibilidades.

Hoy en día, ya crecidito, mi sofisticación por descubrir esos mundos va un poco más allá. Además, claro está, de las lecturas, las pláticas y los viajes, existen unos aparatos de fisgoneo que me producen una especial erótica de vida: los caleidoscopios, los teleidoscopios, los telescopios, los microscopios, los endoscopios y los ecógrafos.

El caleidoscopio me produce una sensación de onanismo virtual, porque es como una síntesis de toda mi experiencia en lentes y reflejos. Mi papá me ayudó a construir mi primer caleidoscopio y desde entonces me erotiza encontrar, en la simplicidad de un cilindro con tres espejos, dos cristales y unos cuantos abalorios, una infinidad de reflejos reproduciendo los fractales del universo en un infinito encerrado en sí mismo, en donde con un mínimo giro se puede reproducir al mismo tiempo una galaxia o un cristal de hielo. Se me figura un telescopio o un microscopio Escheriano en donde se observa in vitro una sucesión Fabonacci. El caleidoscopio es para mí, un espejo psicológico para mirar lo que es la mente conectada con el universo.

El teleidoscopio, por otra parte, es como una psicodelia natural sin aditivos ni conservadores. Me parece, en este sentido, el mejor distorsionador de la realidad que puede haber. Cuando ves a través de este aparato te piras sin drogas a tu interior y observas la realidad como el ojo único. Es como un LSD divertido e inofensivo.

Los telescopios me encantan porque me abren las puertas al universo. Me fascina esa sensación de poderme acercar a lo distante, contraponiendo mi transitoria pequeñez a su inacabable inmensidad. Con unos simples prismáticos con los que le pueda ver las verrugosidades a la luna ya me prendo; como me prendí, hace dos glaciaciones, cuando mi papá, en la azotea de nuestra casa, con un telescopio rudimentario, me mostró las lunas de Júpiter.

Lo mismo me pasa con los microscopios; pero al revés: sentir la infinitud inimaginable de lo ínfimo. Fue mi padre, también, con su ahora ya senil microscopio, quien me introdujo a esos mundos de los tejidos celulares y organismos unicelulares patógenos nadando felizmente en su medio inmundo. Hace poco tuve la oportunidad de asomarme a los mundos moleculares a través de un microscopio electrónico en la Universidad de Politécnica de Madrid: ¡Qué pasada!

Y por último, los endoscopios y los ecógrafos, que son una maravilla para mirar dentro del cuerpo humano la asombrosa fuerza de la vida en el universo, y sirven para crearte ese silencio vasto y divino de reciprocidad entre la mente y el cuerpo, entre lo interior y lo exterior, cuando estas viendo a tu hijo crecer dentro de su madre.

1 comentario:

Miranda Hooker dijo...

Fisgonear es una palabra que me cuesta un poco de trabajo. Pienso que si ves algo y te sorprende, te llega o te mueve el tapete, ya no fisgoneas: te lo apropias. Y usualemente, no volvemos a ver del mismo modo.

Un día enseñame a hacer un caleidoscopio. Me fascinan. Y vaya que las ecografías son fascinantes. Se me hizo un nudo en la garganta de la emoción.

Bienvenida la reinauguración.