miércoles, 15 de julio de 2009

Las cartas

Las cartas: Las picas, los tréboles, las espadas, los diamantes, las copas, los oros. Los números, las figuras. El amor, la riqueza, el trabajo, la salud, los viajes, los deseos, los problemas, el sexo, las repulsiones, los males, la incertidumbre, los principios y los fines de las cosas. Todo se juega simbólicamente en los juegos de cartas.

Creo que la pulsión que a todos nos mueve al jugar a las cartas, es encontrarnos vencedores después de haber jugado con aquello que se considera lo más importante en la vida. Creo que lo que se oculta detrás del juego de las cartas, es nuestro deseo de transformar un momento de valor inútil y azaroso, en un momento memorable y trascendente, al ser tocados por la buena suerte. Ganarle al adversario, habiendo sido elegidos por la buena fortuna como sus favoritos, en la creencia de que podemos controlar el destino y el azar con el poder conferido a cuatro palos de baraja, creo yo, es el sentido del juego de cartas.

Las cartas son los avatares que nos llevan a una dimensión de fantasía en donde se juegan simbólicamente los valores de la vida. Sin embargo, para que este sistema de fantasía pueda desarrollar plenamente su fuerza emotiva en nosotros, es necesaria un ancla en este mundo real, y esa ancla de realidad, es el dinero. La posibilidad de ganar o perder dinero es lo que nos devuelve a la realidad, porque el dinero contamina lo ilusorio de ese sistema de valores imaginarios. El dinero mancha de realidad a esa dimensión de fantasía. El dinero es lo que le da el sentido último al juego de cartas, por su trascendencia morbosa, mundana y práctica, porque jugando sin arriesgar los símbolos de los valores que más queremos podemos ganar o perder, realmente, dinero.

Yo comparto con el inconciente colectivo el atavismo de que las cartas simbolizan los valores de la vida y que sus palos nos pueden decir tanto como los palos que nos da la vida misma; pero jugar y apostar, no puedo. Mi sentido del juego es más lúdico. A mí, por ejemplo, me divierte mucho más leer las cartas con las que se gana o pierde cada partida, como si fueran el resultado de una etapa de la vida de cada jugador. A mí me divierte más jugar a las cartas y leer las manos con las que se gana o pierde, como si fueran los titulares de los periódicos en un mundo paralelo, por ejemplo:

Un par de espadas mata al Rey de oros y se lleva las apuestas.
¡Qué manera de perder! Un póquer cae redondito por el farol de un par de jotos, uno era de picas y otro de corazones.
Gana como naco, a lo hortera, se regodea con su escalera de color con diamantes.
Un comodín con varias copas y sin juego, apuesta fuerte y le gana la partida a un par de Ases.
Increíble pero cierto: Tiene en sus manos una Flor imperial.
Par de damas y trío hacen un full, ¡pagaron por ver!


Yo no juego a las cartas porque no me gusta jugar y apostar. Apostar en el juego más que emocionarme me pone de malas. A mí el dinero no logra sacarme de la dimensión del mundo imaginario y perder dinero de ésta manera, me desquicia.

Yo no juego a las cartas. Pero para compensar, como ya les dije: las leo, me las leo.

He de decir que las cartas, cuando me las leo, a mí nunca me predicen nada, ni remotamente, pero si que me dan una idea de por dónde andan mis miedos, mis confusiones, mis juegos mentales, mis ansiedades, mis negligencias, mis odios y mis amores, mis temores, mis ofuscaciones, mis esperanzas, mis ilusiones. Nunca las cartas cuando me las echo me predicen nada sobre mi destino, ni remotamente, pero si que me dicen qué tan atoradas andan mis emociones o mis sentimientos, o qué tan sueltas andan mis manías, mis obsesiones, mis aberraciones, mis vanalidades, mis fatuidades, mis pecados capitales. Nunca me predicen nada, pero sí que saben mostrarme el lado oscuro, profundo y atávico de mí mismo. Sí que saben hablarle a ese mi ser necesitado de un confidente secreto y mudo que se trague mis secretos en el justo momento en que recojo las cartas esparcidas en hileras y columnas.

Yo prefiero echarme las cartas, repito, para revisar, jugando, mi mapa mental. Pero eso de jugar y apostar, no más no puedo, aunque me señalen, juzguen y critiquen.

Dicen los jugadores que me juzgan y critican que por no apostar en el juego o no jugar apostando, dejo ver que soy de los que no arriesgan en la vida. De los que juegan a no perder. De los que nunca ganan. Dice la gente común y corriente que soy un aburrido. Que no me gusta competir. Dicen los psicólogos y los psicoanalistas que no sé liberar mis emociones contenidas, que no sé vivir en sociedad, que no sé pelear, retar, tolerar, perder. Que no sé nada de interacciones sociales, ni cómo canalizarlas ni como manejarlas. Que mi tolerancia a la frustración está de la patada. Que confundo el sentido del juego con la realidad.

Jugar y apostar, en verdad, con eso, no más no puedo. Prefiero leerme las cartas.

Total, de todos modos, las méndigas cartas, cada vez que me las eche, terminarán diciéndome exactamente lo mismo que los que me critican.

1 comentario:

Miranda Hooker dijo...

Pocos túneles simbólicos como leerse uno mismo las cartas.

Uno sabe y resabe. Las imágenes entran por una puerta lateral del alma y ahi, con los significados enfrente, puede elegir entre ver un papel estampado o leer un mensaje coincidente.

Esos que dicen lo que dicen de tí deberían hacerse un examen de la vista, con urgencia. No ven ni las cartas ni más allá de su nariz.