martes, 9 de agosto de 2011

Por siempre jamás...

Domingo al mediodía. Calles de barrio, farolas vecinas, fachadas las mismas, semáforos de siempre; árboles verdes, frescos y alegres.

Nada nuevo. Viejos conocidos.

Paseamos.  

Hace calor. Calor de verano, pero de verano atípico. Demasiado húmedo para estas tierras de meseta y a mediados del estío.

Cargo al niño en mis hombros. Él es un Tiranosauro Rex de dos años. A mi lado camina su madre. Un ser normal, por fortuna para todos; porque yo su padre, sin saberlo, fui convertido en un Triceratops.

Andamos lento, es paso de paseo. Andamos paso a pasito disfrutando cada huella que dejamos, en ese instante, en ese lugar. No queremos llegar, no tenemos prisa, no vamos a ningún lugar.

Errantes vamos. Vagabundeamos. Nos recreamos, disfrutamos. Comentamos lo que hay, lo que pasa, lo que vemos y lo que nos imaginamos.

Llegamos a un parque. Se ve una terracita. Hay poca gente y mesas vacías. La terraza invita. Para protegerse del sol, se sirve sombra a granel. Adentro, de techo de cemento y hierro; afuera, de fronda verde con madera.

Nos acomodamos en una mesa, bajo la sombra fresca entre un árbol de hojas perennes y otro de caducifolias. Ya sentado observo, en las otras mesas, a los que llegaron antes. Algunos leen, otros platican. Veo a una pareja, a un grupo de  amigas, a un par de viejetes y a una familia.

Nos atienden. Dos cervezas y una coca cola. Aceitunas en salmuera y patatas fritas.

Nos relajamos bajo la sombra de los árboles. Nos relajamos lo más y todo lo que nos permite un Tiranosauro Rex de dos años, que va por su muy personal periodo jurásico, sacándole el hielo a la coca cola, manoseando la salmuera de las aceitunas y zampándose impío las patatas fritas.

Ahora el tiranosauro ruge por última vez y desaparece. Se transforma en el pícarillo de Tormes. Toma una patata, la tritura y desde su silla, la arroja al suelo, no muy lejos de su asiento. Me mira en complicidad y espera.

Llegan cinco gorriones. El más osado, volando, de un picotazo, se lleva la migaja más grande. Los otros nos miran con cautela. Miedosos, apenas comen y vuelan.

El picarillo tritura otra patata, y cómo confeti, la avienta al aire. Tiene bien sabida la lección. No es la primera vez lo hace.

Ahora llegan dos gorriones. Llegan juntos, se nota que se hacen compañía, que se quieren, que se cuidan. Me sorprenden. Los miro atento. Uno busca la comida, come rápido, el otro nos vigila. El primero, ahora, toma una migaja, se voltea y la pone en el pico abierto de su compañero el vigía.

Veo ese pico abierto. Veo la mirada del ave vigía que coincide con la mía. Su vista de pájaro me prende en vuelo, me hace girar, girar, girar. Siento vértigo. Doy vueltas y vueltas y vueltas y a vueltas y vueltas, y giros y giros, me desprendo, se me escapa el alma, me deja el cuerpo. Esa mirada, ese pico abierto, me arrastran en vorágine, a mis adentros, como a un agujero negro,  a otro estado mental, a otro espacio, a otro tiempo, a otro momento. Me hacen volar sin alas a donde todos los gorriones que he conocido, a donde todos los parques en donde han comido, y en todos los árboles en los que han hecho nido.

Y en ese torbellino de recuerdos, en esa vorágine de imágenes - que me llegan todas agolpadas al unísono a mi cerebro-, surge de pronto una en exclusiva que se discierne clara y nítida, que se alza, que se sobrepone, que se ajusta, casi perfecto a la que tengo enfrente, a la que estoy, de hecho, viendo en este preciso momento.

Es un gorrión en un nido, en la copa de una jacaranda. Es la casa de mi abuela, soy yo junto a ella, son años atrás y como si no lo fueran. Ella señala el nido, yo lo busco curioso entre los retoños y las flores lilas de la jacaranda en primavera. No hay nada más que eso: ella señalando y yo buscándo al nido,arriba, entre las flores lilas de la jacaranda. No hay nada más, nada más hay, hasta que recuerdo. Recuerdo que lo encuentro, encuentro el nido y veo dentro de él, a una pajarita que alimenta allá arriba, a su crío. El polluelo abre el pico. La pajarilla voltea, la miro. Siento que me mira. Y allá arriba en ese árbol y allá atrás, en aquel entonces, veo un pico abierto y una mirada en el nido, como veo frente a mí, precisamente ahora, la mirada y el pico abierto del pájaro vigía, que se cruza con la mía.

Y me doy cuenta que esas aves de presente y de pasado, con esas miradas, con esos picos ansiosos, me llevan en su vuelo a esa maravillosa y extraña tierra en dónde no hay ni arriba ni abajo, ni ayer, ni entonces, ni hoy, ni mañana. Dónde todo es aquí y ahora sin condiciones. Donde todo está yuxtapuesto, entre lo próximo y lo lejano, entre lo sentido, lo pensado, lo vivido y lo imaginado. Entre lo recordado y lo olvidado. Dónde todo aparece junto, y se siente, y se piensa, y se vive simultáneo, desde hoy, desde ayer, por siempre y por jamás, desde su origen hasta su eternidad.

Me doy cuenta de ello y disfruto lo nuevo que veo y lo conocido que recuerdo. Y camino, paseo, ando, vagabundeo por los pájaros, los parques, los jardines, los árboles y los nidos, los de hoy y los de entonces, y percibo la voz de mi abuela y su mano sobre mi hombro de niño; y percibo al mismo tiempo, la voz de mí esposa y la mano de mi hijo que se apoya sobre mi hombro de adulto, para escapar de su silla.

Regreso. La voz de mi esposa alerta que se escapa el tiranosauro. Está de regreso. Vuelan los pájaros de hoy y se llevan en su vuelo, a la imagen de mi abuela, la jacaranda en flor y los pájaros de entonces, los de ayer, en el nido.

Regreso…estoy aquí, ahora mismo.

Regreso, repaso, observo, recuento por si algo hubiera cambiado durante mi ausencia: las sillas, las mesas, las cervezas, lo vasos, las patatas, las aceitunas. Los árboles, están todos, tanto los de las hojas perennes, como los de las caducifolias. Regreso, repaso, recuento. Veo a mi alrededor y veo a una pareja, a un grupo de  amigas, a un par de viejetes y a una familia. Sí, es verdad, me doy cuenta que estoy de regreso. Nada ha cambiado, salvo mi esposa dando voces desde su silla, al tiranosauro que ríe y que corre libre por el parque, saltando.

Nada ha cambiado. Fué sólo un instante en este parque que me pareció un largo paseo por mí mente.

Y me doy cuenta que así es el tiempo en esa extraña tierra del por siempre jamás, por donde andamos, siempre lento. En donde andamos paso a pasito disfrutando cada huella que dejamos, en ese instante, en ese lugar. En dónde andamos sin querer llegar, en dónde no tenemos prisa, ni vamos a ningún lugar.  En esa tierra en donde todo es el todo y nada se queda afuera. En esa tierra que es nuestra vida, la de ahora y la ya vivida. En esa tierra en dónde vagabundeamos, nos recreamos, disfrutamos. En dónde comentamos lo que hay, lo que pasa, lo que vemos y lo que nos imaginamos. En esa tierra mágica y maravillosa que nos pertenece y en dónde tú y yo podemos estar, en dónde ya estuvimos, en donde ya hemos estado, yo contigo, tu conmigo, juntos, simultáneos, unísonos, sin condiciones, al leer, tú, hoy, en este momento, ahí desde dónde estás, lo que hice yo, en el parque y lo que recordé, yo, de mi pasado, en ese domingo que quedó ya desde este instante, en tí y en mí, en el por siempre jamás.

3 comentarios:

Ysabel dijo...

Sabes?....hoy tuve un día dificil, necesitaba desconectar y pensé..voy a darme una vuelta por el blog de Enrique, ví que habías escrito una nueva entrada, la leí detenidamente, y según la iba leyendo, me iba adentrado en tu paseo por el parque, en la pareja de gorriones, y en la imagen de tu abuela junto a ti,.. es una entrada larga, pero no quería que terminara, a traves de tus palabras, viajé en tu tiempo paseé por un parque, y me enternecí, mirando a unos gorriones
que se daban de comer...
alguien a mi lado me preguntó,que era lo que me hacía sonreir, no contesté con palabras, solo.. la besé. Gracias

Miranda Hooker dijo...

Ese por siempre jamás que sólo tú narras, como caleidoscopio de esa conciencia-corazón y que mueve, invita, ofrece, comparte a que veamos más allá de lo evidente. A, como dices, esa tierra mágica y maravillosa donde somos uno.

Este es uno de tus textos que más me han gustado.

Dale un beso a ese T-rex de mi parte.

Anónimo dijo...

Te imaginé niño; tu hijo eres tú y tú eres tu hijo.