Cuando se alinea el universo suceden cosas inesperadas, sorprendentes, emocionantes, inolvidables.
Por eso es que hay que estar siempre atentos. Porque de vez en cuando, los ángeles bajan al mundo y hacen que el universo empiece a actuar en nuestro favor.
Pero hay que estar siempre atentos, para saber cuándo bajan los ángeles a alinear a nuestras almas con el universo.
Yo lo digo porque tengo pruebas.
Miren si no.
Andaba yo de divorciado en esas de reconstituirme en solitario alejado de las mascaradas sociales y harto de mi consuetudinaria monotonía, cuando no sé porqué ni en qué momento, después de sepa dios cuanto tiempo hacía atrás que no lo veía, un buen día, volvió a aparecer Jesús Carmelo en mi vida.
Jesús Carmelo es otro solitario, como yo, a quien frecuenté mucho tiempo durante mi adolescencia. Jesús tuvo que ver con mi adolescencia, y tuvo que ver mucho, pues he de decir que prácticamente gracias a él yo sé tocar, lo que sé, de piano. Jesús Carmelo es una de esas personas a las que se le recuerda bien o mal; pero se le recuerda siempre. Jesús Carmelo un buen día, les digo, desapareció de mi vida de adolescente y otro buen día, tiempo después, no sé en qué momento ni porqué, volvió a aparecer en mi vida de adulto divorciado, monótono y solitario, igual de intenso e igual de desprendido como él es.
Por eso es que hay que estar siempre atentos. Porque de vez en cuando, los ángeles bajan al mundo y hacen que el universo empiece a actuar en nuestro favor.
Miren si no.
El día que me lo encontré, Jesús Carmelo me saludó como si el tiempo no hubiera pasado y el día que quedamos para tomar café y cotorrear, Jesús Carmelo me dijo que seguía ganándose la vida tocando el piano en un lobby de un hotel de lujo. También me dijo que necesitaba a alguien que lo cubriera porque a veces le salían unas tocadas extras mejor pagadas en alguna fiesta por la noche y no tenía quién lo cubriera en el lobby. Jesús Carmelo me propuso que lo cubriera tocando el piano en el lobby del hotel, mientras él se hacía de un dinero extra en alguna fiesta.
Así quedamos, así lo hicimos y el universo se empezó a alinear sin que me diera cuenta que me rondaban ya los angelitos.
Así quedamos y así le hicimos, les digo: iba yo a tocar al lobby del hotel aquel, de vez en cuando, un viernes o un sábado por la noche o un domingo a media tarde y el me pagaba algo. La paga era simbólica, pero la cura mental de romper con ciertas manías y tradiciones, haciendo lo que más me gusta, era para mí, un tesoro.
Seguimos viéndonos de vez en cuando Jesús Carmelo y yo para seguir platicándonos nuestras vidas. La vida de él con los eternos problemas del divorciado a quien no le permitían ver a la hija, como la mía; y la mía, un bucle de monotonía en solitario, como la de él. Ambos pringados y sin dinero, además.
Por eso es que hay que estar siempre atentos. Porque de vez en cuando, los ángeles bajan al mundo y hacen que el universo empiece a actuar en nuestro favor.
Miren si no.
Otro día Jesús me dijo que no quería verme tan jodido. Me dijo, que si íbamos a estar los dos pringados, que lo mejor sería que por lo menos uno de los dos estuviera bien. Jesús me dijo que le habían propuesto un trabajo por las tardes entre semana y también los fines de semana, tocando el piano en el cafecito de un centro comercial por el sur de la ciudad; que él no podía ir, porque no podía dejar el trabajo de pianista asalariado que tenía en el hotel, pero que fuera yo, porque el dueño del cafecito aquel no tenía ni idea de cuánto se le pagaba a un pianista y que por eso mismo le podíamos dar un buen sablazo a ese pobre hombre.
Al otro día fuimos a ver a este desafortunado y gracias a la verborrea tan bien cuidada de Jesús Carmelo, quedé contratado. Tan buena fue la verborrea de Jesús Carmelo que quedé contratado con un salario exorbitado para un pianista de tercera, como yo. Quedé contratado, gracias a Jesús Carmelo para tocar el piano en el café ubicado en el corredor de un centro comercial “popis”, a la vista de todos, de seis en adelante, todos los días.
Por eso es que hay que estar siempre atentos. Porque de vez en cuando, los ángeles bajan al mundo y hacen que el universo empiece a actuar en nuestro favor, como esta vez que pusieron a Jesús Carmelo de intermediario para que alineara al universo y me consiguiera un trabajo ideal para mí, porque lo podía combinar con mi otro trabajo de vendedor, con lo cual, sacaba yo doble paga. Yo, en agradecimiento, le dije a Jesús que le podía pasar parte de mi salario de pianista, por el favor, pero el me dijo que no, que así por lo menos uno estaría menos pringado que el otro. Insistí e insistió: no.
Los ángeles bajan, y nos alinean con el universo. Es cierto, es cuestión de estar atentos.
Sigan viendo si no.
Empecé, pues, a trabajar tocando el piano en este centro comercial, gracias a Jesús Carmelo, de las seis a las diez de la tarde, todos los días, de lunes a lunes. El universo se alineó y mi mente empezó a curarse, a relajarse, a fluir libremente alejada de las monotonías y las mascaradas sociales que tanto me abrumaban y me deprimían. Tocando el piano para otros, poniendo al servicio de los otros ese escaso talento que tengo como pianista, me fui reconstituyendo. La gente se acercaba, se quedaba a escucharme, tarareaba, recordaba o se conmovía con alguna de las canciones que estaba tocando, me dejaba alguna propina, platicaba conmigo sólo por platicar. Gente de todas las edades pasaba y me hacía algún comentario: señoras grandes con sus nietos, jóvenes buscando ligue; matrimonios aburridos buscando en dónde gastarse el estatus social; padres de familia buscando alternativas para sus hijos, para ellos mismos; solteros, solteras, buscándose y rechazándose; gays, lesbianas; famosotes pretendiendo ocultar su pedantería detrás de unas gafas y una gorra; ñeros y nacos tratando de pasar de incógnitos.
De todo pasaba a diario por ese café.
Los ángeles bajan y nos alinean con el universo, les digo, tengo pruebas. Vean si no.
Todo el universo se encontraba para mí en ese cafecito: mi mente fluyendo, y yo regio, tocando en él, gracias a la generosidad de Jesús Carmelo, además, tomándome capuccinos dobles ad libitum y sin tener ni la más romota idea del ángel que bajaría a llenarme el corazón de fe, de esperanza y de amor para alinearme con el universo de por vida.
Vean si no.
Un domingo, a media tarde, cuando estaba tocando tranquilo en el cafecito, un señor de unos cuarenta años se acercó y me dijo:
- “Maestro ¿Podría mi hija sentarse junto a usted? A ella le encanta el sonido del piano y quisiera que lo escuchara más de cerca. ¿Le molestaría si se sienta aquí junto a usted para escucharlo tocar?
- No para nada –será para mí un gusto - le dije.
El hombre fue a su lugar, en donde estaba su familia y trajo a su niña. Una adolescente de unos doce o trece años, en silla de ruedas con parálisis cerebral. Pidiendo permiso a todos los que estaba ahí, la colocó junto a mí.
- Esta es mi hija. Mi hija entiende perfectamente todo, sólo que no puede moverse – me dijo.
- ¿Y qué quiere que toque? – le pregunté con un nudo en la garganta y el corazón encogido.
- Lo que usted quiera. Toda la música le gusta. El piano lo que más.
Empecé a tocar y la niña a moverse, a contorsionarse de alegría como se contorsionan cuando están felices, las personas que tienen una severa parálisis cerebral. La niña empezó a hacer sonidos guturales para expresar su alegría y yo tocando para ella. Yo sentía las miradas de la gente a nuestro alrededor mirándome sorpendida, enternecida, agradecida. Yo sentía como el ambiente se iba llenando de emoción, de respeto, de admiración y de ternura. Los meseros, por su parte, se olvidaron de servir, se quedaron inmóviles y enmudecidos, mirando también. El papá de la niña, emocionado hasta las lágrimas por el momento de felicidad que estaba permitiéndose dar a su hija, me miraba agradecido desde su mesa, junto con su esposa y su otra hija. Y la niña feliz, cantando a su manera, mientras yo tocaba el piano con el corazón, para ella, mi ángel, llorando sin recato, sin poder evitarlo.
Así estuvimos un rato, veinte minutos tal vez. Después, se fueron.
- Muchas gracias, maestro – me dijo el papá, como despedida.
Todos me aplaudieron.
Poco tiempo después de esta experiencia angelical, el dueño decidió prescindir de mis servicios como pianista y para bajar costos, colocó un aparato de sonido como música ambiental. No me importó. Salí de ahí, con mi alma en armonía de por vida con el universo, dispuesto a estar atento y consciente de todas las pequeñas que me suceden, pues aprendí, me enseñaron, que todas las cosas, por pequeñas que sean, van hilándose hasta volverse sorprendentes, emocionantes e inolvidables. No me importó, porque salí de ahí, sabiendo lo mucho que con muy poco se puede dar. Aprendí, que poco importa en dónde estemos, porque siempre estamos en medio del universo, en nuestro propio lugar. No me importó salir de ahí, porque aprendí, me enseñaron, que los ángeles verdaderamente bajan a alinear a nuestras almas con el universo, pero que hay que estar siempre muy atentos.
Ahí están las pruebas para ustedes y para Jesús Carmelo y la niña, desde aquí: muchas gracias.
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1 comentario:
Y me acuerdo muy bien que en esa época traías un pin de angelito en tu ropa. Estabas protegido y acompañado, mucho más de lo que te imaginabas.
Yo he aprendido que esos ángeles, revelados en el misterio cotidiano, son encuentros de almas. La forma corporal es la de menos. Cuando tú puedes ver esa alma o ellos pueden ver la tuya se va hilando el milagro. Y ahi se queda intacto por dentro, como un manantial de paz y de inspiración.
A mi me consta que tu música es una fuente única de generosidad. Nadie toca como tú, porque te das a través del canto y las notas. Yo estoy convencida de que mi primera lección espiritual de la vida fue parada junto tu piano, sintiendo que mi voz formaba parte de una melodía más vasta y grande. Nunca ha importado que desentone, sino coincidir.
Y Jesús Carmelo, a quien me hubiera gustado conocer mejor, me trató siempre como si fuera una experiencia increíble verme y tocar una canción para mi. Ni se imagina qué semilla dejó, ángel de ángeles, sin duda.
Tienes razón. Se puede dar con muy poco. Y se recibe a manos llenas.
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