De él recuerdo su voz cansada y pausada, como de sabio. Su mirada triste y decepcionada. Su trato gentil y amable. Sus maneras correctas y decentes. De él recuerdo la atención con la que me escuchaba. Lo fácil de su conversación, lo variado de sus temas.
Lo recuerdo bien.
Recuerdo cuando lo conocí.
- Disculpe, caballero ¿Está ocupado este asiento? - me preguntó y acto seguido, pasamos casi un día entero compartiendo mundos que a veces tenían que ver con nosotros y a veces se distanciaban de nuestras naturalezas. Compartimos viaje en aquel guajolotero que hacía su ruta entre Oaxaca y Palenque, entre huacales llenos de tomates y gallinas cacareando, rodeados de lo más humilde del campesinado mexicano, con hombres con machete, sombrero, huarache y morral, niños mocosos y enfermos, señoras embarazadas con un chamaco en el rebozo y ancianos curtidos en sol con arrugas como zurcos en la cara.
Le calculé unos 55 años, yo tenía en aquel entonces unos 36. Él, vestido muy sencillamente, con corrección. Yo normal, lo normal que puede ser un clase mediero que quiere pasar desapercibido en un guajolotero. Él, casado, a punto de enviudar, cáncer. Yo, casado, en proceso de divorcio, incompatibilidad de caracteres.Él, dos hijos, grandes ya, con la ilusión de ser abuelo. Yo, tres, pequeños, con la ilusión de no perderlos.
Gracias a él, a su conversación, a su humor, a su buen decir, me perdí de ver los incontables paisajes que hay en ese revoltijo de montañas llamado nudo mixteco. Pero gracias a él, un mestizo con sangre mixteca,me acerqué más a lo humano.
Como caballos de corrido, galopando con su conversación que nos acompañaba, atravesamos ríos y valles, cruzamos los nudos de las montañas y llegamos al calor del istmo. Galopando, galopando, con su conversación sobre lo divino y lo cotidiano, sobre lo universalmente válido, fuimos viajando.
Paramos a comer. Lo invité, aceptó. Un calor insufrible, moscas y alacranes. Un comal, un anafre, bastante masa y manteca. Un caserío y una casucha a manera de estación. Polvo.Una tlayuda para cada uno. Una pepsi casi caliente para cada uno y nada más.
Nos encaramamos de nuevo en el autobús-camión-baño-sauna de olores variados e inenarrables.Continuamos el viaje.
Recuerdo que me comentó que regresaba a la comunidad donde vivía, donde trabajaba.Regresaba de ver a su esposa, enferma, con poco de vida, en casa de su hija y su bendito yerno. Regresaba a su comunidad para continuar ganándole a la superstición un espacio para la cordura, para la sensatez, para la lógica, para el bien pensar y para el bien hacer, para que su comunidad tuviera lo que es de todos por universal, el pensamiento, por humano; pero ganado ese espacio universal de cordura y humanidad sin olvidar lo minúsculo, lo cotidiano, lo privado, lo particular, lo propio de allí.
Cuatro horas en la sierra y no sé qué tantas horas en el istmo, y nosotros envueltos en nuestra sangoloteada plática en el guajolotero, hablando sobre el ethos mixteco y sus posibilidades en la cultura universal.
Cansados, después, llegamos a otro pueblo olvidado de Dios. Se despidió muy cortesmente, como era todo en él y se apeó. Recuerdo que me contó que ahí finalizaba apenas la mitad de su camino. Le quedaba por recorrer, andando, otro trecho, caminito del indio, caminito cuesta arriba, rumbo hacia donde se pierden el racionalismo, la cientificidad y los pensamientos modernos.
Recuerdo que le pregunté:
- ¿Con qué se quedaría usted cuando termine su viaje? -
- Con la esperanza, haciendo - me respondió. Guardó silencio y concluyó con los ojos nublados.
- Pero es que la gente es tan mala, tan mala.
No me dijo su nombre, pero recuerdo su profesión: maestro rural.
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3 comentarios:
Yo creo que a tus lectores españoles no les alcanzan las referencias para visualizar cómo es una escuela rural en Oaxaca, a qué se enfrentan, humanamente, antes de poder eneñar una letra o un número para poder entender cómo ese maestro podía conocer tan bien el alma, con propiedad y belleza.
Que texto tan hermoso.
Miranda, lo siento, tengo que decirte que esta vez no estoy de acuerdo contigo.
Es lógico pensar que los que conocéis la región y la realidad de su gente podéis llegar a absorber todos los matices de lo que está escrito, pero te aseguro que esta española que jamás en su vida ha viajado de Oaxaca a Palenque, gracias a la magia de la literatura, ha podido percibir los olores, calores, sabores, traqueteos, mensajes, confidencias……
Este texto no es local, es universal.
Querido amigo:
Le tomo la palabra a tu compañerpo de viaje y me quedo con la "esperanza-haciendo". Este relato es una fuente de inspiración para continuar haciendo mi trabajo, sobre todo en estos tiempos y en esta región donde la guerra ha degradado el ambiente social.
Gracias.
Tu amiga, la maestra rural.
Gracias
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