lunes, 15 de septiembre de 2008

Una meada de leyenda.

Justo el día en que Don Severiano fue sustituido por la muy severa maestra Doña Chonita para hacer las guardias en el baño de los niños, apareció el superfenómeno de las meadas infantiles: Jorge I “La Leyenda”.

Fue el baño de los niños el único bastión al que el matriarcado docente de mi escuela primaria nunca pudo tomar.

Según se entraba a nuestro centro de peregrinaje del orín y el escupitajo, una mampara de cemento lo demarcaba del mundo exterior. Era un espacio no muy grande, un tanto oscuro y poco ventilado, el cual parecía que por pertenecernos, tendría siempre que estar sucio, mojado y oliendo a lo indecible. Detrás de la mampara había un mingitorio en el suelo de tres metros contados de largo y unos veinte centímetros de ancho rebosado de inmundicias. Teníamos, además, los gabinetes de los excusados bien pintarrajeados con consignas en contra de los maricones, rimas altisonantes y dibujitos muy vulgares y libidinosos. En ese lugar así como era, se resolvían todos los asuntos de los alumnos de sexo masculino de mi escuela.

Ahí se enfrentaban los del 5ºA contra los del 5ºB, los del 6ºA contra los del 6ºB o los del 4ºA contra los del 4ºB. Estas broncas entre bandas rivales eran poco usuales, pero a decir verdad, eran las más impresionantes. También había las típicas broncas de uno contra uno por cuestiones personales; pero esas eran muy aburridas.

Las más crueles y habituales eran las que organizaban esas temibles bandas de los 4º,5º y 6º A y B con los alumnos de los 1º, 2º y 3º.

Estos mafiosos de los grados más altos nos reclutaban a la fuerza en el patio de la escuela como matoncitos en ciernes, preguntándonos:
-¿Eres del A o del B?
Una vez escuchada la respuesta nos llevaban arrastrándonos al baño y con amenazas nos obligaban a trompearnos, uno contra uno, contra los reclutas de la banda rival.
Estas broncas eran terribles, porque los pobres niños teníamos que pelearnos para salvar a la vez, el honor de la letra, A o B, y nuestro propio pellejo…y ay de nosotros si se enteraban las maestras.

Sin embargo, por el griterío que se escuchaba en el baño durante las peleas, las maestras se enteraron y decidieron poner a Don Severiano, conserje de la escuela, a vigilarnos.

Con la anuencia de Don Severiano, a los capos de las bandas se les ocurrió entonces la genialidad de organizar concursos de meadas en el baño de los niños, para contrarrestar, de este modo, la jugada autoritaria de las matriarcas.

El concurso consistía en pararse en el extremo del mingitorio y tirar el chorro de orín para ver qué tan lejos lo llegaba cada concursante. Los capos midieron la distancia del extremo del mingitorio desde donde se paraba el concursante hasta la parte que daba a la mampara de cemento, 3 metros, y empezaron el concurso un día indeterminado.

Llegaban los concursantes, se ponían en el extremo del mingitorio, tiraban el chorro y lo medían. Los clasificados eran los que lograban alcanzar los tres metros. Los que no, quedaban fuera del concurso y se veían obligados a abandonar el baño humillados escuchando sendos pitorreos en su contra. Los empates o pleitos entre aquellos que trataban de resolverlos orinándose los unos a los otros, los decidía Don Severiano.

Por eso decidieron cambiar a Don Severianio - que no le hacía honor a su nombre-, por Doña Chonita - mujer corpulenta de voz sonora, mirada impenetrable y paso firme que machacaba el suelo como nazi marchando por los ghettos de Varsovia.

Ese día, Jorge, pequeñito e inocente como eran todos los recién ingresados de 1º, llegó, y sin más, se paró en el extremo del mingitorio, el lugar de los campeones. Jorge, chiquito y esmirriado, preocupado por no mearse encima, se sacó su gallinita con la poca habilidad que tiene un niño de seis años para encontrarse su pitito detrás de la cremallera, sin prestarle mucha atención a las burlas que hacían los capos sobre su micro asunto, que además de minúsculo, estaba circuncidado.

Antes de que comenzara a orinar los capos preguntaron:

- ¿Eres del A o del B?

El chaval dando brinquitos para contenerse y con el pitito en la mano, no alcanzó a contestar y comenzó a orinar. Su chisguete cruzó raudo y potente los tres metros de mingitorio, subió la mampara de cemento de 1.60, atravesó el metro y medio que separaban la mampara de la puerta de entrada y fue a parar a las piernas y a la falda de la maestra Chonita que se encontraba haciendo guardia en el umbral de la puerta del baño. La algarabía fue mayúscula. Todos gritamos y, sorprendidos, aplaudimos la hazaña más que asombrados. La maestra, creyendo que se trataba de otra descarada afrenta, entró al baño como batallón antidisturbios para ver quién había osado a mojarla con agua - cosa que ella creía, porque no podía imaginar la potencia del cañón con el que nos habíamos topado.

Nadie dijo nada ante los gritos de la maestra. Mudos los del A y los del B de distintos grados, guardamos todos silencio para defender como hermanos al Faraoncito Jorge, Santo pacificador, César del baño y Emperador circuncidado, que permaneció inmóvil con los ojos muy abiertos, jugando nervioso con su pitito y soportando firme la intrusión de la maestra.

La maestra se batió en retirada, sin entender la magnitud de nuestra victoria. Salió furibunda del baño de niños, escuchando nuestras burlas y carcajadas seguida por Jorge, a quien sacamos en hombros.

Desde entonces las meadas se realizaron por pura diversión, sin afán de competencia. Ya nadie podía imponer su autoridad frente a la leyenda del héroe mítico que había defendido el bastión de los niños, meándose espectacularmente sobre el mismísimo brazo largo del la ley.

2 comentarios:

Ana dijo...

Esto es algo que mi mente femenina no puede asimilar.

Por favor, dime,

¿por qué el niño que hace la guarrería más grande es el más respetado?

¿qué relación existe entre las guarrerías y la reafirmación masculina?

Por ejemplo, ahora mismo en el colegio de mi hijo, el concurso consiste en averiguar quién es capaz de decir hi-po-pó-ta-mo eructando.

De verdad, los chicos sois muy raritos…..

Miranda Hooker dijo...

A manera de epílogo, cuarenta años después, la Secretaría de Educación Pública finalmente se interesó por que el programa curricular de primaria se centre en el desarrollo de competencias y habilidades. En ese contexto, tu anécdota es absolutamente lo de hoy.

Supongo que Jorge I es quien yo creo. Ilustres y bizarros motivos para darse a respetar, ya que de adulto lo hace tan mal...